domingo, 6 de septiembre de 2015

Rockstar

Y de pronto lo sentí. Sentí su beso cálido y anhelante sobre mis labios. Debo admitir, sin embargo, que cuando entré al lugar lo hice sin ninguna expectativa.
Habíamos salido dos horas antes de ver el ballet de Romeo y Julieta. Yo pensaba terminar la noche de cualquier otra manera menos de esa, después de todo, luego de adentrarse en un mundo refinado destinado a la “alta cultura”, uno no espera acabar sentada en un bar escuchando ‘Cowboys from hell’ ni tomando torobayo.
Pedí un Janis Joplin y no me gustó. Me lo tomé pese al desagrado.Sabía con antelación que luego de terminarlo no estaría en las mejores condiciones pero no me importó.
La noche fluía tranquila, sin ningún sobresalto. Yo estaba emocionada por el lugar, ¿Cómo era posible que yo no lo conociera? Se lo recriminé a M. un montón de veces a lo largo de la velada. 
La noche fluía tranquila – decía yo – hasta que lo vi. No sé qué fue lo que me cautivó, pero desde ese instante ya no pude apartar los ojos de la barra. Se veía seguro, confiado, muy consciente de que estar en ese espacio le daba cierto poder y se hacía notar con hechos. Durante media hora vi a un desfile de mujeres pasar por ahí con aires de coquetería y desbordando sensualidad. Algunas incluso lo besaron de manera fugaz.

-Un rockstar – sentencié rápidamente – y me encanta – proseguí. Desde que pronuncié esas palabras supe que entraba en un espiral sin final aparente.
No obstante, algo me detenía ¿Qué iba a hacer la niña bajita con el vestido con corazones contra las caderas exuberantes y las cinturas cinceladas de las otras que estaban ahí? 
Algo en mí me decía que algo tenía que hacer ¿pero qué? No me podía ir sin nada del bar. Entonces lo miré como si lo conociera.
Eso se reiteró por el lapso de una hora o algo así. Mi obstinación me llevó a afirmar en numerosas ocasiones que yo no iba a replicar el comportamiento de las que desfilaban, si no que mi juego iba a ser otro. Me levanté de la silla para ir al baño y me habló.

-¿Por qué me miras así?- preguntó.
-Porque quiero – repliqué.

Aún me resulta gracioso recordar como la niña del vestidito fue capaz de decir eso. Atrevida sin duda.
Cruzamos un par de palabras, lo suficiente para saber su nombre y él el mío, lo suficiente para darme cuenta de que la química era innegable, que una fuerza me empujaba hacia él, que ya no podía retroceder, que estaba atrapada y perdida en un callejón sin salida.
Y no lo vi venir, o quizás si, pero aún así me sorprendió. Vino su beso cálido, anhelante como una tormenta de fuego, como el Janis Joplin que un par de horas antes me había quemado la garganta. 
Vino el ensordecedor beso en mi boca hambrienta de su boca, dominando mis sentidos, haciendo reaccionar mi cuerpo bajo el tacto de sus manos. El beso fue infinito y breve a la vez, y yo podría haber permanecido entre esas luces titilantes una eternidad, sin embargo, no ocurrió así.
Me besó y desapareció tras la barra. Me dejó de pie en medio del bar, entre la gente que brindaba y reía sin tener conciencia de lo que sucedía alrededor, con la piel ardiendo y la respiración entrecortada, con los latidos agolpándose en mi cabeza mientras de fondo sonaba "I was crying on Saturday night" de los Misfits.