lunes, 24 de agosto de 2015

Adolescencia perdida

Año 2005 y lo típico de un Viernes: Despertar muy temprano, ir al colegio y rogar para que el tiempo pasara lo suficientemente  rápido para poder salir de clases y hacer lo que nos apasionaba.
Nos veíamos todos los días y aún así inventábamos panoramas después de la jornada para pasar más tiempo juntas.
Prueba de química o de filosofía, turnarse la casa para tomar once, quedarse acostadas indefinidamente mirando las nubes,  comprar pickle en el supermercado y comer en la calle, no nos importaba nada. Queríamos ser distintas al común de la gente y en cierto sentido lo éramos ¿Quién a los 17 años se junta a leer citas de novelas y poesía?
Nos conocimos a los 8 pero en esa época nos odiábamos porque nos gustaba el mismo niño. Tuvieron que pasar un par de años y varias amistades superficiales para reconstituir el lazo perdido, ese que se había forjado bajo las clases de gimnasia deportiva, haciendo piruetas y saltos entre colchonetas, trampolines y cajones.

Año 2005 y lo típico de un Viernes: salir de clases y llamarse por teléfono o hablar por msn y planear la noche. Ponerse la mejor ropa, esa que nos hacía aparentar más edad de la que teníamos y que nos otorgaba el status de chicas rudas. Pantalones rajados y poleras ajustadas. Todo de color negro por supuesto. Labios excesivamente rojos y fuego en la mirada.
Nos juntábamos a las 9 y aplanábamos calles.  Las recorríamos una y otra vez, la villa entera de principio a fin. Mientras el resto se producía para salir al carrete más connotado del colegio, nosotras caminábamos. Quizás nos atraía en demasía la sensación de sentirnos diferentes a los demás, los bichos raros del curso, las que se sentaban atrás y escuchaban metal, las que se querían rebelar en contra de la religión y por eso en clases dibujaban cruces invertidas, pentagramas y rayos para entregárselos a la profe.

Cuando nos aburríamos de caminar la parada siempre era mi casa. Cervezas y cigarros mientras Jim Morrison entonaba lánguido: Well, show me the way to the next whisky bar. Nos sentíamos extrañamente identificadas, como si alguna vez nos hubieran dejado entrar a un bar.
Nos recostábamos en el pasto, apreciábamos la noche y gritábamos Come on baby light my fire,  al ritmo de The Doors, y nos reíamos de estupideces.
-¿Te has fijado que el cielo es verde?- dijo la Rayen un día en que los vapores etílicos y cigarrísticos nos envolvían.
- ¿verde?- pregunté.
-Sí, porque el verde es la mezcla de azul con amarillo o no?.
 Nos encantaba estar en ese estado de incoherencia.

Luego pasábamos a los videos de las bandas amadas. No nos cansábamos nunca de mirar los ojos penetrantes de Kurt Cobain en “Where did you sleep last night",  el cuerpo perfecto de Axl Rose (que hoy ya no es ni la mitad de lo que fue, o mejor dicho es más de la mitad) en “Sweet child o’mine” o el gesto de Gilby Clarke en el Use your illusion. Nos gustaba Andi Deris y Timo Kotipelto porque tenían el pelo largo. En realidad nos gustaba cualquier sujeto que tuviera el “pelito largo”.
Queríamos crecer a toda prisa, ser grandes y tener más permiso. No tener que escaparse por la ventana para quedarse más rato en el carrete.
Queríamos rock and roll, distorsión, bailar “À tout le monde” hasta el cansancio, mandarnos la juerga de la vida como en el video de “Whiskey in the jar” y tener el pololo más rockero que pudiéramos encontrar, ojalá con el pelo largo, ojalá con un corazón tan rojo como el nuestro.
Gladys Marín y Volodia Teitelboim, nos decía el profe jefe. Éramos rockeras y revolucionarias con la vida por delante, con todas las posibilidades esperando a ser tomadas y creo que no lo hicimos tan mal.
Hoy la vida es un poco distinta a cómo la soñamos en esa adolescencia perdida. Salimos de cuarto y nos encerramos cada una en su biblioteca, acompañadas por un montón de libros escritos en el siglo pasado. Ella en la facultad de derecho y yo en la de filosofía en la Chile (otro de nuestros sueños en común).
Los años pasaron, la universidad se nos escurrió entre los dedos, cambiamos nuestra forma de vestir y la manera en que percibíamos la realidad. Mas hubieron cosas que se mantuvieron: la amistad firme, los sueños intactos, el idealismo que siempre nos caracterizó, las ganas de querer ser libres pese a las ataduras del sistema.
Por cierto el rock también se mantuvo, quizás no con toda la distorsión que admirábamos de nuestros grandes ídolos, pero continúa ahí, latente esperando el momento para emerger con más fuerza.