domingo, 20 de septiembre de 2015

Amiga mía

A conoció a L una tarde opaca de Julio. Se encontraron en una estación de metro y caminaron sin rumbo por las calles atestadas de turistas.
L vestía jeans apitillados, una chaqueta de cuero y su pelo caía como una cascada hasta la mitad de su espalda. A hizo un esfuerzo por verse lo menos llamativa posible, cuidó el maquillaje y se preocupó de parecer una mina relajada. En general siempre lo era, pero el miedo de no gustar en la primera cita la hizo pararse a pensar en los detalles más nimios de su persona.
L hablaba rápido. A ya lo había comprobado mediante un par de conversaciones telefónicas, en donde en varias ocasiones se rio por inercia, consciente de que no había entendido ni una palabra de lo dicho, y rogando al mismo tiempo para que L no la descubriera.
Conversaron varias horas sobre sus intereses sentados en la banca de un parque. Tenían varias cosas en común, sin embargo, A había aprendido a lo largo de los años que eso no era suficiente para arriesgarse con alguien. No obstante, algo la cautivó. Le pareció tierno que L pasara los primeros 45 minutos sin poder mirarla a los ojos, la sorprendió que su postura política fuera similar a la de ella y que estuviera interesado en escuchar lo que tenía para decir acerca de su carrera y sobre algún dato banal e irrisorio.
-¿Te gustaría ir a tomar algo? Está haciendo un poco de frío – Señaló L.
-Ok, pero movámonos ahora antes de que termine por congelarme – Respondió A.
Se levantaron y caminaron entre las sombras de los árboles hasta que llegaron a un local que no inspiraba demasiada confianza. A no era exquisita en ese tipo de cosas, solo le molestaba que el lugar tuviera una gran longitud y que al mismo tiempo fuera estrecho, no era simétrico y eso la enervaba un poco.
En ese lugar, A sintió por fin la mirada cálida de L sobre ella sentados en torno a una mesa, entre cervezas y cigarros encendidos. La primera mirada de las muchas sucesivas que vendrían tras ese encuentro.
-Tengo frío- dijo A- mis manos están heladas. Y L le tomó las manos entre las suyas.
-Que bonito este anillo- dijo.
-Me lo trajo una amiga de un viaje, nunca más me lo saqué- respondió A sin saber con qué más rellenar. Le costaba trabajo sostener la mano de L sin ponerse en evidencia. De pronto él dijo:
-¿Tienes algo que decirme? ¿Acaso no pregonas ser directa para todo?
- No tengo nada que decirte L- respondió A con una sonrisa maliciosa y lo dejó acercarse.
Le  pareció que llevaba años esperando ese beso, como si esta vez realmente fuera distinta, como si L fuera el tipo de sujeto que siempre había anhelado tener a su lado después de escuchar tantas rock ballads.
Salieron del local inmersos en su propio mundo, ese que había sido creado cinco minutos atrás dentro del bar. L tomó la mano de A y caminaron por la gran avenida que se abría con un estallido de colores y sonidos hechos para ellos.

Pero A cometió un error. Mientras afirmaba con fuerza la mano de L no podía dejar de pensar en Jorge González y su “Amiga mía”. Ella no supo nunca que desde ese momento todo estaba destinado al fracaso.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Rockstar

Y de pronto lo sentí. Sentí su beso cálido y anhelante sobre mis labios. Debo admitir, sin embargo, que cuando entré al lugar lo hice sin ninguna expectativa.
Habíamos salido dos horas antes de ver el ballet de Romeo y Julieta. Yo pensaba terminar la noche de cualquier otra manera menos de esa, después de todo, luego de adentrarse en un mundo refinado destinado a la “alta cultura”, uno no espera acabar sentada en un bar escuchando ‘Cowboys from hell’ ni tomando torobayo.
Pedí un Janis Joplin y no me gustó. Me lo tomé pese al desagrado.Sabía con antelación que luego de terminarlo no estaría en las mejores condiciones pero no me importó.
La noche fluía tranquila, sin ningún sobresalto. Yo estaba emocionada por el lugar, ¿Cómo era posible que yo no lo conociera? Se lo recriminé a M. un montón de veces a lo largo de la velada. 
La noche fluía tranquila – decía yo – hasta que lo vi. No sé qué fue lo que me cautivó, pero desde ese instante ya no pude apartar los ojos de la barra. Se veía seguro, confiado, muy consciente de que estar en ese espacio le daba cierto poder y se hacía notar con hechos. Durante media hora vi a un desfile de mujeres pasar por ahí con aires de coquetería y desbordando sensualidad. Algunas incluso lo besaron de manera fugaz.

-Un rockstar – sentencié rápidamente – y me encanta – proseguí. Desde que pronuncié esas palabras supe que entraba en un espiral sin final aparente.
No obstante, algo me detenía ¿Qué iba a hacer la niña bajita con el vestido con corazones contra las caderas exuberantes y las cinturas cinceladas de las otras que estaban ahí? 
Algo en mí me decía que algo tenía que hacer ¿pero qué? No me podía ir sin nada del bar. Entonces lo miré como si lo conociera.
Eso se reiteró por el lapso de una hora o algo así. Mi obstinación me llevó a afirmar en numerosas ocasiones que yo no iba a replicar el comportamiento de las que desfilaban, si no que mi juego iba a ser otro. Me levanté de la silla para ir al baño y me habló.

-¿Por qué me miras así?- preguntó.
-Porque quiero – repliqué.

Aún me resulta gracioso recordar como la niña del vestidito fue capaz de decir eso. Atrevida sin duda.
Cruzamos un par de palabras, lo suficiente para saber su nombre y él el mío, lo suficiente para darme cuenta de que la química era innegable, que una fuerza me empujaba hacia él, que ya no podía retroceder, que estaba atrapada y perdida en un callejón sin salida.
Y no lo vi venir, o quizás si, pero aún así me sorprendió. Vino su beso cálido, anhelante como una tormenta de fuego, como el Janis Joplin que un par de horas antes me había quemado la garganta. 
Vino el ensordecedor beso en mi boca hambrienta de su boca, dominando mis sentidos, haciendo reaccionar mi cuerpo bajo el tacto de sus manos. El beso fue infinito y breve a la vez, y yo podría haber permanecido entre esas luces titilantes una eternidad, sin embargo, no ocurrió así.
Me besó y desapareció tras la barra. Me dejó de pie en medio del bar, entre la gente que brindaba y reía sin tener conciencia de lo que sucedía alrededor, con la piel ardiendo y la respiración entrecortada, con los latidos agolpándose en mi cabeza mientras de fondo sonaba "I was crying on Saturday night" de los Misfits.