domingo, 20 de mayo de 2012


Siempre que leo a Bolaño me dan ganas de irme lejos. Irme no sé en qué dirección, pero cuando lo haga,  llevaré a cuestas los cuatro libritos de cabecera, los poemitas de antaño y el libro que nunca terminé.
Cuando me vaya, dejaré de evocar tus letras y tus paisajes, y voy a hablar retóricamente de la muerte. Me voy a ir, y quizás el DF sea el escenario preciso para hablar de ella y también para hablar de él, el enigmático Arturo Belano. Y hablar de los real visceralistas, del Encrucijada Veracruzana y del desierto de Sonora, de las ganas que tengo de salir corriendo, de las ansias de no pensar y de ese impulso cerebral que me guía hacia la caída inevitable, hacia al desapego y a la ruptura triste pero necesaria.
Es el momento de aferrarme a esos libros y tomar el primer bus o el primer barco, y voy desaparecer como aquella  mujer, la de los poemas indescifrables.