Rosario sabía que estar con ella no era cosa fácil. Vivió siempre rodeada de muertos, a raíz de lo cual no podía confiar en nadie. - Tras la mirada de amor de un comienzo, siempre se esconde la bala para darte donde más te duele- le oí decir un día. Y es que ella no era como las demás. Impulsiva, caprichosa y hasta un poco loca, eran los rasgos que la definían. Estar con ella implicaba un riesgo y había que tener las suficientes bolas para querer tomarlo.
Un día le pregunté porqué siempre quería safarse de compromisos que iban más allá de lo amistoso, porqué si a veces parecía que anhelaba tanto tener amor en su vida, lo rehuía como a la peste.
- De mí no se ríe ningún hijueputa - contestó.
- Es que entonces no te has enamorado Rosario - fue lo último que me oyó decir antes de levantarse de la mesa.
Un día le pregunté porqué siempre quería safarse de compromisos que iban más allá de lo amistoso, porqué si a veces parecía que anhelaba tanto tener amor en su vida, lo rehuía como a la peste.
- De mí no se ríe ningún hijueputa - contestó.
- Es que entonces no te has enamorado Rosario - fue lo último que me oyó decir antes de levantarse de la mesa.
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