Sus ojos son dos ocasos con un dejo impresionista y otro surrealista; su pecho es una gran rosa entre el sol y el aire.
Me toma de la mano y me lleva por parajes acuarelados, me habla de versos y a veces del cielo, a veces me mira y me susurra despacio "eres mi meditabunda de la mirada triste", y yo le sonrío.
Suele pasear por la vida entre sus fotografías y sus letras. Yo me hundo en sus universos metafóricos, en esos daguerrotipos con los cuales me captura el alma. Él dice que a través de ellos conserva mi esencia, yo le aseguro que esa maquinita revela lo que hay bajo mi carne, él responde que mis huesos son como las amapolas. Una risita nerviosa asoma al sentirse al descubierto.
Antes de la despedida acaricio sus labios, tierna melodía en flor; compleja sinfonía cuando los beso y su vida se hace mía. Me sostiene entre sus brazos, las manos a la altura de la cintura. Siempre dice que las mariposas se arrullan en ella.
"Y tus manos son mariposas enternas, imperecederas bajo el peso de la noche, únicas y mías, estrellas incandescentes sobre mis formas, mi pequeño pecesito claroscuro" le susurro antes de desaparecer de su mirada totalizadora.
Sin embargo, retiene una de mis manos y me mira con ojos dulces, y yo con voz rebasada de amor le digo "hasta mañana".